martes

Algunas veces vivimos nuestras vidas encadenados, sin saber que nosotros tenemos la llave


Hablaba sobre la extensión de las cosas. Sí, sobre los límites. Y límites de qué, se preguntará. Sobre los límites de toda relación social. Los límites de la amistad. Los límites del amor. Los límites de la atracción. Los límites de la paciencia. Los límites de la comprensión. Los límites de la conciencia. Los límites de la culpabilidad. Los límites de la soberbia. Los límites de la humillación. Había ciertos límites, ¿sabes?. Quizá nunca  los vió, ni tuvo constancia de ellos. Pasaron desapercibidos y enseguida pasaba de una línea a la otra, sin previo aviso, sin autorización, sin rendirse cuentas. A lo mejor, y digo, a lo mejor, saltaba de la comprensión a la impaciencia de una zancada, o ¿acaso no se la vió dejarse llevar por la atracción para después responderse a sí como culpable, sin dejarse justificar? ¿Desde cuándo la amistad se quedaba en amistad? La veía pasar a menos de medio paso del amor... Y que lo único que quede sea la humillación habiendo pecado de vanidad, ocurre de un segundo a otro. Di que de vez en cuando se veía desaparecer al orgullo gracias a la atracción, sin dejar sitio a la conciencia. Apreciaba la importancia de cada sentimiento mirando hacia dónde se inclinaba la balanza. Y a menudo estaba en estado de alerta. Llegó un momento en que se sentía un barco a la deriva. Quería saber si había tanta diferencia entre esos términos abstractos. Desde el momento en que no supo responder racionalmente salió a la luz que el resultado de los cálculos fue radicalmente negativo.


Lara

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