Y de pronto me sorprendo pensando en ese ruido que hacía el suelo de madera al entrar en el salón. En sentir el ambiente de esa casa siempre cálida. En escuchar voces y gritos en comidas familiares, y ajetreo y risas y discusiones. En el olor a casa. En los recovecos mágicos. En esos rincones secretos y jarrones intocables. En el escritorio con el que aún sueño volver a ver. Y salir de la estancia para a mano izquierda acceder a la cocina de los desayunos de mantequilla. De la luz naranja de un atardecer de septiembre entrando por esa ventana.
Y andar por ahí, adultos, cuando ya no había bullas, y la enfermedad, y el duelo, y el sacrificio, lo que más duró.