Quien de mí sabe, conoce lo que me gustan las fotos. La
verdad, no me gustan, me vuelven loca. Desde tiempos inmemoriales soy la amiga
que carga con la cámara a todas partes y la responsable de captar cada recuerdo
en un click. Cada viaje, cada historia, cada café, cada fiesta y cada momento.
En todos los grupos hay una persona como yo, todos lo sabemos. Como empezaba
diciendo, me encantan las fotos. Pero no esas en las que salimos posando, esas
de postureo en las que tan guapos quedamos. Las que de verdad me gustan son en
las que salimos feos. Feos, porque estamos en medio de una carcajada; feos,
porque estamos haciendo el tonto; feos, porque estamos mirando mal al amigo de
al lado; feos, porque el maldito flash nos pilla desprevenidos; feos, porque recibimos
una sorpresa; feos, porque llevamos esas pintas. Cuando nos vemos en esas fotos,
al principio, sólo queremos pasar a la siguiente y, sin embargo, son las
únicas, de verdad, os lo prometo, que después nos hacen felices. Porque sólo ellas
reflejan la verdadera felicidad de aquel momento pasado. Únicamente ellas nos llevan atrás en el tiempo y nos hacen volver a sentir eso que sentimos mientras
nos hacíamos la foto. Creedme, sólo tienen ese efecto las fotos espontáneas. No desechemos
las fotos en las que no salimos como nos gustaría, es un desperdicio que con el tiempo
no se perdona.
Por todos esos recuerdos...
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