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Patino por el hielo con un gran gorro de lana sin mirar a los lados. Con los
pensamientos amontonados en mi cabeza. Inconsciente, voy cogiendo más y más velocidad, pero
no importa, a esas horas ya nadie baja al lago. Las luces tenues que iluminan
el paseo se empiezan a encender con la caída del sol y ya no se ve el parque
con claridad. Y con la sensación de estar en un desierto noto cómo se
resquebraja el suelo bajo mis pies. Y de repente pienso que la única forma de salir
de ahí es seguir patinando. Más rápido, con las ideas dispersas, con las
mejillas rojas y los ojos llorosos. Más rápido, dejando atrás el hielo
roto, con nieve en las pestañas y la
oscuridad creciendo a mi alrededor. Y, sin embargo, la grieta me persigue y yo
sigo patinando y las imágenes como filminas en mi cabeza, aturdiéndome cada vez
más intensamente. Y, me doy cuenta que seguir ahí no me va a alejar del suelo
roto, que me voy a caer al agua como no deje la parte central del lago. Si me
quedo en el centro, me caeré al agua y moriré de hipotermia. Si me alejo, me
salvaré. ¿Quiero realmente salvarme? ¿O prefiero esperar? Al fin llegando a la orilla y, con la
sensación de estar segura, los patines me juegan una mala pasada y empiezan a
descender la cuesta y en un burdo intento de salir, me vuelven a atrapar las
grietas y finalmente caigo al agua. Y no había terminado de reaccionar cuando
noto una mano en mi brazo que me arrastra. Estoy en la orilla, pero, ¿acaso
estoy a salvo? Quizá con una lobotomía.
Dos caras de una misma moneda
Lar
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