Mi pequeño Oslo. |
Pues ahora que las cosas se han calmado un poco, aquí vengo
yo a dar guerra. Creo que empezaré por el principio, ya que, al hacer un
artículo de opinión (o como esto se llame) todos sabemos que primero hay que
informarse (¿o no?), sobre todo si una es lega en la materia.
Todo empezó allá por 1976 en el Congo, cuando un murciélago
sinvergüenza, el animal huésped, es portador del Virus Ébola y alguna
persona, o chimpancé, o antílope enreda con él, bien vivo, bien
muerto. La cuestión es que por el contacto
del humano con la sangre, tejidos, secreciones o fluidos corporales del
sinvergüenza o de los animales portadores termina contagiándose, la
antropozoonosis. Entre las personas se propaga de la misma forma, a
través de contacto directo.
La antropozoonosis es, por tanto, el contagio de animales a humanos, que es de bastante
importancia estudiarla en la epidemiología de las enfermedades infecciosas humanas. Respecto
a esta patología específica, en un
estudio científico en Gabón, en donde se habían registrado casos humanos del
Ébola, se investigó una muestra de perros silvestres que llegarían a comer
animales salvajes posiblemente infectados, los cuales presentaron
estudios serológicos del 32%
positivos a anticuerpos específicos contra el virus en cuestión. Dichos
estudios llegaron a la conclusión, en el año 2005, de que los animales
domésticos pueden por lo tanto infectarse y excretar el virus durante un
período determinado para cada especie animal, convirtiéndose así en una fuente
de infección para los humanos. Es muy necesario evaluar el papel de los perros
domésticos en las epidemias de la enfermedad y poder así controlarla, según el
Instituto de Investigación para el Desarrollo de París. Como dato.
Hay cinco tipos de variedades del EVE y el
brote actual ocurrió en diciembre de 2013, pero fue el 21 de marzo de este año
2014 cuando el Ministerio de Salud de Guinea lo anunció. Tiene un índice
de letalidad muy alto, que puede llegar al 90%. Este último brote ya ha
matado a 4.000 personas. Vamos, que la
cosa parece ser seria.
Entonces aparece el tema del sacerdote Pajares. Este señor
de 75 años, llevaba ya 18 años entregado a las misiones y los enfermos, y fue
el primer nacional contagiado por el Ébola en septiembre. Con un poco de
información del Ébola por aquí y un poco
de politiqueo por allá, quién sabe qué intereses, o quizá por pensar en la
buena obra que sería hacerlo, se decidió repatriarlo a España, corriendo el
Gobierno con los gastos que ello supone, donde, tras unos días falleció. Lo
mismo ocurrió con Manuel García Viejo. Como opinión, sabiendo en qué momento de
la enfermedad estaban, y sin olvidar que son misioneros y que saben qué riesgos tiene eso, ¿no habría sido menos egoísta decir “ey, que me quedo aquí, que mi misión principal es ayudar... Que, total, voy a morir igual porque no hay cura y así no tenemos que mover a todo un país con el
peligro que tiene el tema”. Pero, oye, que igual soy una egoísta desalmada .
Ahora
bien, al traer a los misioneros, tuvo que haber un equipo médico a su cuidado.
Entre otros asistentes, estaba Teresa Romero. Cuando esta señora empieza a
temer el contagio, porque tenía fiebre, la dicen que como el protocolo fija
que hasta 38,6º, no hay que alarmarse la mandan para casa. Todo muy
profesional. Una persona que ha tratado a los enfermos con Ébola y que empieza
a tener los síntomas de la misma, la cogen y la dicen “Bah, muchacha, qué
exagerada, no te preocupes, que seguro que es un catarro (palmaditas en la
espalda)”. Una semana después, Teresa, ya mosqueada llama porque empieza a sentir los síntomas de la enfermedad, ya la
hacen la prueba y da positivo. Y se entera por la prensa. Repito,
profesionalidad al poder.
Poco después el doctor de Teresa dice que un guante infectado le tocó la cara. Quizá fue un poco imprudente. O tuvo mala suerte. A lo mejor yo me habría lavado la cara con lejía. Y a lo mejor no habría servido de nada. Paranoica estaría, eso seguro. Sí, e hipocondríaca perdida. Serán cosas mías.
Al día
siguiente, el marido, muy majo él, aislado por precaución, hace un vídeo
informando de que la Consejería de Sanidad de Madrid quiere sacrificar a su perro, Excalibur. Como si fuera gratuitamente. Llamadme loca por
esta opinión pero, ¿tienes a tu mujer con una enfermedad por la que lo más seguro es
que fallezca y pides ayuda para que no sacrifiquen a tu perro? Muy afectado, te
noto. Ah, y que quieres que le salven… porque tu mujer ha estado un mes fuera y no ha
tenido contacto con él. Espera, no. Que es que vive con ella. ¿Tú eres masoca?
¿Quieres ser el siguiente? Y aquí es cuando las protectoras de animales se
lavan las manos. "Malditos sanguinarios sin corazón". "El pobre perro". "Que no
tiene la culpa "(¿La culpa? ¿La tiene el misionero? ¿La tiene Teresa? ¿La tienen
las cuatro mil y pico personas que han muerto por el Ébola? En fin). "Es que no
son capaces ni de hacerle las pruebas para ver si está contagiado". "Que le hagan
las pruebas y le pongan en cuarentena" (pero
vamos a ver, alma de cántaro, que es un
animal, ¡que no se sabe cómo se va a desarrollar la enfermedad si es que la
tiene! Me remito a los estudios en Gabón, hasta que los anticuerpos entren en funcionamiento ese animal puede contagiar. Espera, ¿Va a contratar el Gobierno un veterinario-médico especializado al cuidado de un perro en cuarentena por esta enfermedad? Ah. Y que luego paguen ese gasto los ciudadanos. Si es cierto que sirve para la investigación así tendría que haber sido. Y si no, se me ocurre algo mejor, que hubiera venido Leroy y se lo hubiera llevado para hacerlo). Cuestiones que han mutado en "no hay que matar al perro porque es importante para la ciencia". En qué quedamos, entonces, ¿en que no le matamos por ser un perro o porque es importante para la ciencia?
A todo
esto, quiero dejar clara cristalina una
cosa: yo no defiendo la gestión del asunto de Ana Mato, que por supuesto ha
sido desastrosa. Pero no mezclemos. No creo que intente ocultar su incompetencia con el
sacrificio del perro, porque habría sido intentar tapar el sol con un dedo.
Solamente pienso que, ya que había gestionado de esa fatal manera tanto el
traer al misionero como la supuesta falta de protocolo en el tema, y se ha
contagiado una persona, querrá arreglarlo erradicando el problema de raíz,
sacrificando al pobre perro, que no tiene la culpa de nada, ni de tener la
dueña que le llevó a la muerte, ni de que su dueña se hubiera contagiado, ni de
que hubieran traído de África la enfermedad, ni de que ésta exista. Una pena el
pobre animal. Pero es algo que era necesario que se hiciera.
Lo que
más me preocupa de todo es la hipocresía de esta sociedad, movilizada por
Excalibur. Por un perro, señores. Todas esas buenas personas que pedían que a los misioneros les dejasen en África, para que no trajeran la enfermedad, piden que no maten al perro que seguramente la tuviera. Me llamarán
pérfida y despiadada. Que no lo comprenderé porque no tengo un perro. He llegado a leer hasta que es muestra de “falta de educación”,
paradójicamente, el no pensar como
ellos. Cuánta tolerancia. Debo de ser lo peor, sí, pero desde que existe este
último brote, han fallecido cuatro mil personas. Personas. ¿Leéis? En África,
claro, igual por eso no notáis tanto ese número… Pero personas. Quiero pensar que esta locura ha sido fruto de la alarma
social y que esas opiniones han salido por el miedo y la indignación con la
ministra. Por pensar bien, digo. Y creer que todavía sois personas.
Lar-
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