Sin embargo, estoy aquí, atrapada no sólo por las paredes del aerodeslizador, sino también por la misma fuerza que ata a los seres queridos de los moribundos. A menudo los he visto reunidos en torno a la mesa de
nuestra cocina y he pensado: «¿Por qué no se van? ¿Por qué se quedan a mirar?».
Y ahora lo sé: porque no les queda otra alternativa.
Los juegos del hambre
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