martes

No me invites a volar si me vas a dejar caer.

Link, por un lado; link, por el otro.


Recorro la ciudad apresurada, el cielo se va tornando de un gris oscuro y no me quiero mojar. Nada más girar la esquina empiezan a caer las primeras gotas, hasta que en cinco minutos se convierte en un diluvio; en un vano intento por esquivar un paraguas, piso una baldosa rota que empapa mis zapatos. Casi me importa, si no fuera por la actitud de apatía que tengo desde hace meses. Al fin llego al portal, me quito el sombrero y contemplo impasible la gabardina completamente oscurecida goteando. Subo por las escaleras con los zapatos en la mano, abro la puerta de casa y la calidez del ambiente me da una falsa tranquilidad, mientras me deshago de la ropa húmeda. 
Me tiro al sofá enrollada en una manta y, cuando creo que me he librado de la lluvia, empiezo a llover. Deambulo perdida, de habitación en habitación. Y me caliento un vaso de leche, como si eso pudiera llenar el vacío que siento en el estómago. Y es que un puñado de promesas frágiles producen más decepción que el peor de los desencuentros. Entro en la habitación y mi mirada se dirige hacia la foto del corcho. Aún no sé qué hace ahí. La arranco y hago trizas con rabia. El diablo está en los detalles, dicen
Y no sé por qué razón, pero ahí está esa esperanza, esa trampa que se viste de ilusión. Ese clavo ardiendo que surge entre las lágrimas, la indiferencia y el desencanto.  La esperanza de que me saque de este agujero negro. La absurda esperanza de que me salve el enemigoAún no sé que la salvación está en mis manos. Está en las garras que saben qué hacer con la foto del corcho

Lara